domingo, 1 de junio de 2014

El contenedor rojo

Procedencia de la imagen: salud.cienradios



La posibilidad de vivir sin ira ha fecundado el odio entre los vecinos y ahora tenemos un barrio dividido.

Después del verano, unos empleados del Ayuntamiento colocaron junto a los contenedores de reciclaje un contenedor rojo. Nos explicaron que se trataba de una experiencia piloto y que si tenía éxito, a principios de año pondrían más por toda la ciudad.

Lo cierto es que aquel fue el primero y último que vi, de haber habido otros lo hubiera advertido, porque el contenedor fue en sí mismo objeto de numerosas críticas. No soy incapaz de entenderlo, una chapa de cinco metros por ocho en forma de corazón rojo pasión no deja indiferente a nadie, pero incluso aquellos que eran más agrios que un limón asistieron cada viernes a la fiesta del camión de reciclado y participaron de buena gana.

Si bien algunos nunca exhalaron su ira en las bolsas de reciclaje, no les desagradaba ver la ira de los vecinos menos inhibidos manufacturada en forma de confeti de colores saliendo por la chimenea de camión. También asistían contentos al bonito pasacalles con toda aquella gente disfrazada de corazones gigantes repartiendo abrazos. Supongo que incluso a ellos les agradaba el gran cambio que había dado el cartero, tan de buen humor por aquellos días, saludando con cordialidad desde su moto amarilla.

Una pena que la experiencia terminara de aquella manera. Tampoco era tan difícil seguir las indicaciones que daba el Ayuntamiento. Si todo el mundo lo hubiera hecho, hoy seríamos mucho más felices.

El problema fue que no faltó quien escuchara al listo de turno que dijera que lo que soplábamos los tontos que soplábamos por la boquilla de la bolsita de papel no era ira, sino dióxido de carbono, y que la leyenda escrita en el contenedor era una tomadura de pelo, un agravio contra los principios de la ciencia y un insulto a la inteligencia.

Este tipo de comentarios eran los que corrían entonces por el barrio, caldeando los ánimos, hasta que una mañana, los que aún confiábamos en la idea, vimos con horror que habían tachado del contenedor la palabra “Ira” y habían escrito encima “Dióxido de Carbono”. Afortunadamente, entonces aún teníamos bolsas, así que la mayoría salimos corriendo a casa a soplar cuando leímos “Deposite aquí su Dióxido de Carbono”.

A todas luces aquello era una declaración de guerra. Estaban dispuestos a hacer lo que fuera necesario para retirarnos el contenedor y las bolsas de papel, restituir la seriedad del barrio, volver a ver a todo el mundo como había de estar, enfadado si lo que tocaba era estar enfadado.

En vista de que los que cada viernes depositábamos nuestra ira en el contenedor éramos incapaces de responder debidamente a sus provocaciones, el último viernes, en un acto desesperado durante el pasacalles, la emprendieron a golpes con el contenedor hasta derribarlo, asaltaron las casas de todos los vecinos para incautarse de las bolsas e hicieron con ellas una gran pira en la avenida principal. Por último, desguazaron el camión en pleno lanzamiento del confeti, destruyendo así toda posibilidad de que pudiéramos seguir con el programa piloto.

Al lunes siguiente hubo un pleno extraordinario en el Ayuntamiento en el que tuvimos la oportunidad de exponer nuestros argumentos en aras de una convivencia pacífica y armoniosa, pero aquello se nos fue de las manos y terminamos tomando al alcalde por las solapas de la chaqueta y exigiéndole que nos suministrara bolsas para soplar nuestro odio.

El titular del diario del martes informaba: “La rápida intervención de la policía local impide el linchamiento del primer edil por un grupo de ciudadanos pacifistas”.

2 comentarios:

  1. Anita! M encanta lo q escribes! Eres un verdadero boom granaino!

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  2. Tú que me miras con buenos ojos... gracias, Norah!!

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