Fuente imagen: Eclosión: coaching & desarrollo |
Se pasó una hora buscando los calcetines, una maldita hora perdida,
porque al final ocurrió lo mismo de siempre.
Apartó infructuosamente sábanas y mantas, deshaciendo por completo
la cama; se deslizó desnudo por debajo de ella, palpando a ciegas.
Inspeccionó en vano cada centímetro cuadrado del suelo de la
habitación. Aun convencido de que buscando por allí nunca
aparecería calcetín alguno, probó también detrás
de la puerta, cerrándola con una ligera patada. Cansado,
desnudo y con el frío de enero metido en los huesos, se
refugió entre la ropa de la cama revuelta. Admitió para
sí la inutilidad de tantos intentos. Pateando la cama,
aceptó con tristeza que muchas cosas jamás estarían a su
alcance. Parecía irremediable: si no quería andar
descalzo durante todo el día, tendría que pedirle ayuda una
vez más, ¡como si él no tuviera dedos!, por supuesto que los
tenía, pero no como los de ella, tan prodigiosamente bien
colocados que podía aplaudir, chasquear, acariciar,
rascar y hasta hacer sombras chinescas con la
misma soltura con la que él caminaba.
Ella lo observaba haciéndose la distraída, tamborileando
rítmicamente sobre el colchón. Tenía la certidumbre de
que tarde o temprano acabaría requiriendo su ayuda, por
eso esperaba tranquila mientras se recreaba en aquellos
detalles que a lo largo de los años había descubierto que él
envidiaba en secreto: su perfume delicado, su belleza simple,
sus hechuras armoniosas, sus uñas impecablemente
arregladas y sus dedos largos y esbeltos.
Cómo odiaba a aquella mano fragante, hábil y hermosa.
Aceptando lo evidente, el señor Foot le pidió resignado que buscara
en el último cajón de la cómoda y que hiciera el favor de
vestirlo.
La foto y el texto no puede estar mejor unido! Ya tengo ganas de ver y leer lo siguiente ana!
ResponderEliminarMe alegra que te guste!! Muchas gracias, Norah!!
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