Procedencia de la imagen: Fábrica de ideas
A las tres y veinte de la
madrugada una fuerte sacudida acompañada de un ruido profundo
despertó a toda la ciudad y dejó sin luz a buena parte de ella.
Los habitantes del edificio
Generalife salieron en tropel escaleras abajo, presos de una histeria
grupal razonable, porque el inmueble estaba provisionalmente
apuntalado y con serios daños en su estructura causados por las
obras del metro.
La penumbra del portal se
iluminó débilmente con un mechero que alguien encendió. Doña
Florita (en camisón y sin dientes, Primero B) y a doña Encarnita
(en camisón, sin dientes y sin sonotone, Primero B), bajaban
torpemente las escaleras, taponando una cola de vecinos impacientes.
Don Eusebio (Quinto B,
empleado de banca jubilado y Presidente de la Comunidad), pidió que
se encendieran más mecheros y que se hiciera un recuento rápido de
los que todavía faltaban por bajar, porque la radio adosada a su
oreja informaba de que “no se podía descartar una réplica del
seísmo”, hecho que, según explicaba don Eusebio “podría ser
ipso facto o no ser, pues quién estaba facultado para pronosticarlo,
debido a la imposibilidad de previsión de los movimientos de las
placas tectónicas que Dios y solo Dios gobierna”.
Don Ramón (Cuarto C,
maestro de escuela y Tesorero de la finca) comenzó a pasar lista
empezando por los del Primero A, que, siguiendo sus indicaciones,
tenían que contestar “presentes”. No había pasado don Ramón de
los del Segundo B cuando doña Teresa (sus labores) y doña Juanita
(ludópata), vecinas del Quinto C y D respectivamente, ya se habían
dado cuenta de que faltaban los Rodríguez (Quinto A, recién
casados), don Ernesto (Tercero C, guapísimo ingeniero y amante según
las malas lenguas de doña Elena, enfermera, separada, Tercero D) y
Matías (el chaval del Ático, acné, estudiante).
Doña Juanita (ludópata),
cuyo dormitorio daba pared con pared con el de los Rodríguez (recién
casados), informó debidamente a don Ramón, y, cuidado, que solo lo
hacía porque, en su calidad de Tesorero, estaba haciendo recuento de
los vecinos que aun no habían evacuado sus domicilios, de que estos
no habrían percibido el terremoto porque hacia esa hora el lecho
conyugal era en sí mismo el epicentro de otra hecatombe, por lo que
aprovechaba la ocasión para poner en conocimiento del Tesorero, como
miembro destacado de la Junta de Vecinos, que desde que los Rodríguez
se habían trasladado al Edificio Generalife, no había tenido ni una
sola noche de descanso.
Don Eusebio (Quinto B,
Presidente), propuso enviar al Ático, al Quinto A y al Tercero B,
una expedición con los vecinos más preparados para la operación
“Aviso a los Ausentes”. A su juicio, los más preparados para tal
operación de rescate eran sin duda don Rafa (bombero, Primero C) y
don Antonio (Cuerpo de Montaña de la Guardia Civil, Segundo A).
Doña Encarnita (Primero B,
camisón, sin dientes y sin sonotone), pidió encarecidamente al
recién comisionado grupo de emergencia que pasara por su piso y le
bajara las pastillas de la tensión, su bata de guatiné, su
dentadura y su sonotone, el retablo del Sagrado Corazón de Jesús
(en Vos confío), y su labor de croché. A lo que el bombero, por la
autoridad que le había sido conferida, contestó que no le traería
más que las pastillas de la tensión. Doña Teresa (Quinto C, sus
labores), doña Juanita (Quinto D, ludópata), doña Florita (Primero
B, también en camisón y sin dientes, hermana de doña Encarnita),
saltaron sobre don Rafa (bombero, Primero C) gritando como gallinas
cluecas, haciendo valer los derechos de la pobre anciana y exigiendo
que se le bajara también la hamaca de la playa que doña Teresa
(Quinto C) tenía en el balcón, porque a doña Encarnita (Primero B,
camisón, sin dientes, sin sonotone) se le estaban empezando a
hinchar los tobillos de forma preocupante. Doña Juanita (Quinto D,
ludópata), añadió que en vista de que iban a pasar por el piso de
doña Teresa (Quinto C, sus labores) a por la hamaca para doña
Encarnita (Primero B, la hermana sorda), no costaba nada que el grupo
de aviso pasara también por el suyo (Quinto D), y le bajara el
bingo que encontrarían en el primer estante a mano derecha del
armario empotrado del pasillo. Doña Florita (Primero B, hermana de
doña Encarnita, la anciana sorda) protestó, informando a todos los
vecinos de que tanto ella como su hermana eran buenas cristianas, y
que no estaba, y menos a su edad, dispuesta a probar ninguna de las
actividades ludopáticas de doña Juanita (Quinto D), en las que se
empieza con un cartoncito de bingo y se acaba fumando y bebiendo
anís, por lo que esa noche doña Juanita (Quinto D, ludópata), no
iba a jugar a otra cosa que no fuera a rezar el Santo Rosario,
pidiendo la intercesión de la Santísima Virgen María (ruega por
nosotros) para que no hubiera una réplica del terremoto, de modo que
los del grupo de aviso tendrían que buscar en el primer cajón de su
mesita de noche, donde encontrarían una cajita de lata con varios
rosarios de palo de rosa, cajita que don Rafa y don Antonio (bombero,
Primero C y Guardia Civil de Cuerpo Especial de Montaña, Segundo A,
respectivamente), hicieran el favor bajar, que Dios se lo pagaría, y
el sonotone de su hermana, que estará en el cuarto de baño, porque
de lo contrario, no habría forma de rezar un Rosario en condiciones.
Doña Juanita (Quinto D,
sus labores, ludópata), decidió conformarse con la propuesta de
doña Florita (Primero C, en camisón y sin dientes), convencida de
que sería la más rápida y la más hábil pasando las cuentas del
rosario, y de que tal vez eso fuera tan excitante como cantar alguna línea.
Doña Teresa por su parte
(Quinto C, sus labores), dispuesta a jugar a lo que fuera, no podía
dejar de mirar en ese momento las pistoleras de doña Elena (Tercero
C, enfermera, separada y amante, claro estaba, de don Ernesto,
Tercero B) y de pensar en el avío que hace una faja, pensamiento que
trasladó a doña Juanita (Quinto D, ludópata) dándole un codazo y
apuntando con la nariz engurruñida a las pistoleras de doña Elena
(Tercero C, enfermera, separada, amante de don Ernesto, bendito sea
Dios).
Estaba a punto de
adentrarse la expedición en la oscuridad de la escalera sin más
equipo que un par de encendedores prestados, cuando don Ernesto
(Tercero B, Ingeniero, alto, guapo, rico y posible amante según las
malas lenguas de doña Elena, enfermera, separada, grandes
pistoleras, qué suerte tienen algunas, Tercero C) entró en el
portal. Don Ernesto, impecablemente vestido de Armani, más deseable
que de costumbre para el público femenino, y más odiado, si cabía,
para el masculino, pues los caballeros que ocupaban el portal
vestían en aquellos momentos pijamas descoloridos o ropa deportiva
los más elegantes, informó que venía de una reunión de negocios y
que le gustaría subir a su casa (Tercero B) a descansar, cosa que
don Eusebio (Quinto B) desaconsejaba en calidad de Presidente de la
Comunidad por el peligro inminente de una réplica del seísmo. Don
Manolo (Quinto D, marido de doña Juanita, ludópata ella,
propietario del Bar “La Esquina” él), con un espantoso pijama
gris en el que no cabía una bolita más y de cuyo pantalón colgaba
a la altura de la bragueta una espantosa e informe taleguilla
piltrafera, propuso que se le permitiera a don Ernesto subir a su
casa (Tercero B) a descansar, mientras visualizaba la escena de la
réplica del seísmo en donde el deslumbrante ingeniero moría
irremediablemente aplastado. Don Eusebio (Quinto
B, empleado de banca jubilado y Presidente de la comunidad) siguió
negándose a esta propuesta, ya que su misión era procurar la integridad y bienestar
de todos y cada uno de sus vecinos, razón por la que también había
decido que en cuanto don Rafa (Primero C, bombero) y don Antonio
(Segundo A, Guardia Civil del Cuerpo de Montaña) regresaran con los
vecinos no presentes, se trasladarían a la Sala de Juntas anexa al
edificio, donde estarían más seguros por ser de una sola planta,
así como más cómodos por contar con sillas para todos.
Partió por fin la
expedición de rescate hacia la oscuridad implacable de la escalera
sin más equipo, como íbamos diciendo, que un par de encendedores
prestados y varios manojos de llaves que les proporcionaban la santa
compaña de Nuestra Señora del Pilar, Nuestra Señora de Montserrat,
Santiago Apóstol, patrón de España y Fruterías Paquito. Era
conmovedor verlos subir valientemente las escaleras, a pesar de los
aullidos poco tranquilizadores de los dos perros de la comunidad, que,
inquietos, no habían parado de moverse durante toda la noche y del
sentido llanto de sus niños, los vecinos más pequeños.
No habían transcurrido ni
dos minutos de la partida de la expedición cuando doña Pepi
(Primero C, esposa del bombero) rompió el tenso y expectante
silencio del portal gritando con su voz aflautada un desgarrador:
“¡Rafa!, ¡pichurriqui!, ¡no vayas al Ático, que el Matías
acaba de entrar por las puertas!”, y todos clavaron las miradas en
el Matías (Ático, acné, estudiante), que, por su parte, clavó la
suya (la mirada, queremos decir) en Cristina (Cuarto A, pelirroja,
compañera de piso de Charo y Belinda, malas estudiantes todas), a la
cual era incapaz de mirar sin que un violento temblor le sacudiera el
cuerpo de abajo arriba, porque siempre se la imaginaba clavándole
las uñas en la espalda.
No era el deseo, sin
embargo, lo que sacudía el cuerpo de Ático aquella noche como si de
la gelatina verde que le hace su madre se tratara, sino la gripe.
Alarmado don Quinto B por las sacudidas del muchacho, volvió a
romper el tenso y expectante silencio del portal gritándoles a
Primero C y Segundo A que bajaran mantas y Paracetamol. Pelirroja
Cuarto A, arrebatada por el brillo que la fiebre producía en la
también arrebatada mirada de Ático, se preguntaba por qué habría
desairado tantas veces al chaval y, dominando el impulso creciente
que le estaba naciendo de arrojarse a los brazos del estudiante, lo
comunicó a sus compañeras de piso con estas hondas palabras:
-Tías, me gusta el Matías.
- ¿El Matías, tía? Qué
fuerte ¿no?.
-Qué fuerte, qué fuerte,
qué fuerte, tía.
-Fuerte no, tías,
megafuerte. ¿Qué hago, tías?
-Tía...
-Uf, tía...
-Ya, tías, pero me acabo
de dar cuenta. De verdad, tías, qué fuerte soy.
Se distinguió por fin en
la escalera un tenue haz de luz. Era la linterna del casco de bombero
de don Primero C que, con una bolsa de Mercadona en una mano y la
hamaca de doña Primero B en la otra, encabezaba la exitosa
expedición de rescate. Lo seguían doña Quinto A, con cara de
espanto, el pelo revuelto y vestida con un sugerente picardía rojo y
don Quinto A, igualmente despeinado, espantado, descalzo y sugerente,
ataviado con una bata de seda a juego con el picardía de su mujer.
Cerraba la marcha don Segundo A, con su mochila del Cuerpo de Recate
de la Guardia Civil a la espalda y un par de linternas en ambas
manos. Todos fueron recibidos en el portal con vítores y aplausos enloquecidos.
-Estimados, silencio, por
favor. -dijo visiblemente emocionado don Quinto B- Ahora sí que
estamos todos, y con esta alegría de encontrarnos todos juntos y a
salvo en tan dramática noche, podemos trasladarnos a la Sala de
Juntas. Lo primero será acomodar a los enfermos: pongo en
conocimiento de todos que el joven Matías presenta un cuadro de
malestar general con fiebre alta, por lo que ruego a doña Elena que
en su calidad de enfermera lo atienda, así como a doña Encarnita,
cuyos tobillos hinchados no podemos seguir ignorando. Además, ruego
a nuestros inestimables héroes, don Rafa y don Antonio, que
improvisen en la Sala de Juntas un campamento como Dios manda,
aprovechando sus amplios conocimientos en lo que a materia de
supervivencia se refiere. Garantizo así que nuestras necesidades
básicas quedarán cubiertas, ¡que no cunda el pánico!. Y ahora,
mis queridos vecinos, todos a la Sala de Juntas.
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Me encanta, Ana, como siempre, me haces entrar en tus letras para sacarme de mi. .
ResponderEliminar¡¡Gracias, Jose Pedro!!
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